LA CANÇÓ DE SEMPRE

Qué lo hace que son aquellas canciones sencillas sentidas en la cuna las que más me conmueven? Qué lo hace que siempre quiero volver a casa, incluso, cuando el camino ya se ha borrado? Qué lo hace que estime mi tierra como el bebé estima el latido de su madre?

Y, a pesar de todo, por qué me comporto en casa mía como un forastero, que llega por la noche para arrancar de la tierra aquello que desea? Por qué trato a mi madre, la tierra, como un objeto que se puede comprar, utilizar y vender? Por qué piso las cenizas de mis padres y robo el pan de mis hijos? Cómo es que todo el mundo trabaja para entristecer en el mundo, hoy en día? Que cada invento que hacen los hombres es para llevar la tristeza más deprisa, por cordeles, por los aires, por todas partes; que el hombre aprende todas las lenguas para encomendar la tristeza de más maneras diferentes; que corre adelerat como el viento para llevar más bien la mala nueva? Que nos querrían uncir a una máquina y hacernos máquina, y ponernos transmisiones por nervios, y caldera por coro, y del que decíamos espíritu hacer un reloj automático?

Qué clase de vida llevo en esta ciudad si sale el sol, se pone, se viste el día, sin que yo me dé cuenta; si la noche se llena de estrellas, y no los veo; si allá de allá deben de florecer los árboles, y no se abre ni una flor en mis ojos? La sopa está a punto. Todo el mundo ya está en casa. Descalzaos y entráis. A mesa ya se han sentado todos los compañeros: el chico del Pueblo Seco, en Rusiñol, el Sagarra, la Rodoreda, la Capmany… también se ha presentado un poeta andaluz, una corista del Paralelo, un francés lunático y, incluso, un jefe indio desterrado. Aquí acogemos a todo el mundo. Hemos puesto un ramo de flores a la mesa, que no solo de pan vive el hombre. Sentaos y empezaremos. Coméis despacio, la digestión empieza en las orejas! Que vaya de gusto. Buen provecho!